De lo divino y lo humano

Por la escuadra

De lo divino y lo humano
Sergio Heredia Redactor de deportes

Antes, Mireia Ridaura bailaba.

Bailaba a diario, a menudo en la academia de danza que llevaba su nombre. Mireia Ridaura vivía el baile como una profeta, lo difundía en su entorno: en los últimos días del confinamiento, cuando al fin podíamos salir por un ratito, montaba sesiones de danza en el jardín comunitario.

Cuando Sergio Bernal se fundió en el cisne, Mireia Ridaura sintió la necesidad de volver a bailar

En la pista de baloncesto, las vecinas se calzaban la mascarilla y los leotardos y, respetando la distancia de separación, seguían los pasos de Mireia Ridaura. Desde lo alto, el vecindario contemplaba la escena.

Luego, la salud y el estrés hicieron mella en Mireia Ridaura: de aquel fuego interior quedaron las brasas. Desencajada, tuvo que cerrar la academia y dejar la danza.

(...)

Días atrás, Mireia Ridaura ocupó su asiento en la sexta fila del teatro Victoria y se dispuso a contemplar Ser, el espectáculo de Sergio Bernal: Beyoncé, Vivaldi, El lago de los cisnes y la soleá por bulerías, todo a una en el escenario, con catorce músicos y cuatro bailarines.

–Cuando Sergio Bernal se convirtió en el cisne y al final murió en escena, prácticamente desnudo, con unos calzoncillos de ballet y las zapatillas gastadas, se me prendió la llama interior, la necesidad de volver a bailar –me cuenta Mireia Ridaura–. Y en plena obra, rompí a llorar. Y al finalizar el espectáculo, decidí que no podía acabar así.

Mireia Ridaura, bailando para animar a sus vecinos

Mireia Ridaura, bailando para animar a sus vecinos

LV

Me cuenta que se coló entre bambalinas, se sumergió en los laberínticos pasadizos del teatro y, en algún lugar, encontró a Sergio Bernal. Dice que se fue hacia el artista y le dio un abrazo y le dio las gracias.

–¿Por qué? –le preguntó Bernal.

–Por lo que has hecho por mí a través de tu espectáculo.

Mireia Ridaura dice que le contó quién era ella, qué había sido la danza para ella, y Sergio Bernal, rodeado de sus colaboradores como estaba, la tomó de la mano y se la llevó aparte. En un rincón discreto, como un psicólogo, como un padre o como un amante, se dispuso a escuchar a Mireia Ridaura.

En aquella suerte de confesionario, pasaron allí un cuarto de hora, quizá más, y Mireia Ridaura le dijo al bailarín que estaba cansada, y el bailarín, mirándola a los ojos, sudado y congestionado, le dijo que debía seguir adelante, pelear por recuperar su alegría incluso en la enfermedad, y al cabo de un rato ambos se despidieron y, al salir al exterior, Mireia Ridaura se topó con la fila de admiradores y cazadores de selfies que esperaba a Sergio Bernal. Y por un instante, se dijo:

–¡Si no le he pedido mi foto con él!

Y se rió por dentro, no tenía importancia el olvido, pues todo lo demás da igual cuando uno se siente reconfortado.

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